Cada día un cuento, cada día un beso y cada día un te quiero.
Capítulo 8. TODOS TENEMOS UN PASADO OSCURO...Y AL FINAL TE PASA FACTURA. "Los calcetines de mi abuela Pascuala":
. "Los calcetines de mi abuela Pascuala":
Esta mañana he ido al campo. Me gusta ese rincón. Leer.
Pasear. Pintar...Poco más necesito. Me estoy leyendo la trilogía de Paullina
Simons. Me tiene enganchada. Se me pasan las horas con ese "ladrillo"
de fuente Times New Roman del 8. El papel es tan fino que me recuerda al papel
de fumar. Tranquilos. Ya tuve bastante con Homero. (Capítulo 1)
Así paso la mañana.
Mi santo no anda lejos.
Lo oigo trastear.
Levanto la mirada y me fijo en la pequeña pradera que tengo
ante mí. La veo verde pero observo que hay mucha hierba seca de la última vez
que se pasó la cortadora...
Martina cumple 15 años.
Lo celebrará el miércoles. Nos pidió hacer la fiesta en el
campo. No es tonta, la niña:
- y Papá, que ponga música,
- y montamos las mesas así y asá.
-Y tú, mami podrías decorar las carrascas
- Y subimos unos cojines a la casa del árbol...
-Y...y...y...
Reconozco que todo esto me encanta. Siempre les digo que si
no hubiera sido músico sería decoradora.
Además ella se merece esa fiesta. 15 años tiene mi amor.
Sigo leyendo y vuelvo a mirar la pradera.
Se me ocurre algo.
-Debería coger el rastrillo y sacar esos restos secos que la
afean. Pienso.
Decidido. Cierro el libro y me dirijo al cobertizo. Cojo el
primer rastrillo que encuentro y me dispongo a "barrer" el campo. Son
las 12 h del medio día. En pleno Julio. Qué calor. Aprovecho que paso por el
brazal y veo que baja cargado de agua. Me remojo. Me acuerdo de mis abuelos. De
lo que me gustaba bañarme en el brazal cuando era niña. Con la de bonos de
piscina que he pagado yo en esta vida con mis hijos podría ser dueña de todos
los brazales de mi pueblo. No sé si ellos recordarán la piscina con esa dulce
nostalgia con la que yo recuerdo el brazal. Brazal, que bonita palabra.
Sigo barriendo el campo. Qué poca traza tengo pero voy
viendo resultados.
Soy feliz. A Martina le va a encantar como está quedando.
Sigo rastrilleando...
Oigo una voz tras de mí.
Mi santo:
-Pero Belén! Qué haces! Te va a dar algo! Si además, eso no
se hace así...
-Ya llego el listo, pienso yo. Con amor...
Desaparece y al momento regresa al más puro estilo SuperMan
para salvarme la vida, sujetando una máquina cortadora profesional con
recogedor de hierba autopropulsada y casi guiada por GPS. La leche, vamos!
En 5 minutos deja la pradera impoluta.
Que eficacia. Por Dios!
Que adelantos...
Que modernidades...
Yo me apoyó en el rastrillo al más puro estilo campesina. Ya
está. Se acabó lo que se daba. Con lo a gusto que estaba yo barriendo el monte.
Menuda inutilidad...
Y es entonces cuando pienso en mi abuela Pascuala:
Con 90 años nos hacía calcetines para toda la familia.
Calcetines de lana. Rojos. Azules. A rayas. Cortos. Largos...
Un día le dije a mamá:
-Mami, porque no le dices a yaya que deje de hacer
calcetines!? Tenemos para dar y vender...No necesitamos tantos calcetines!
Además, podemos comprarlos!
- Cariño, y cómo crees que se siente yaya sabiendo que cada
día se levanta con la idea de que tiene que hacer calcetines para los suyos?
Con 90 años elige lanas. Mide nuestros pies. Nos consulta colores. Se afana por
terminarlos. Los envuelve y con un amor desmedido escribe nuestros nombres.
Claro que podemos comprarlos!. Pero ella se siente útil. Se siente viva. Se
siente feliz...
Que sabia mama...
Tal y como me he sentido yo con mi rastrillo.
Me sentía feliz. Yo soy así. Feliz. De cualquier modo.
Años después Los calcetines de mi abuela Pascuala, los
guardo como oro en paño en la cómoda de mi habitación. Me recuerdan la
relatividad de las necesidades, la relatividad del tiempo, la relatividad de
todo...
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